Los primeros 656 años después del diluvio reciben el nombre de la Edad Patriarcal
no tanto porque tal expresión se halle en la Biblia sino por cuanto ella
claramente indica que en ese tiempo Dios trató exclusivamente con unos cuantos
individuos que fueron llamados Patriarcas o Padres de Israel, hasta la muerte
de Jacob, cuando la nación de Israel fue fundada con sus doce hijos. (Véase la
carta que aparece en la página 10.)
La tarea o plan de Dios durante la Edad Patriarcal no fue la de
evangelización de la gente. Dios se comunicó con Abrahán y le hizo importantes
promesas. Dios le dijo que tenía el propósito de bendecir a todas las familias
de la tierra. Esto revela que Dios siente interés por la raza humana. Sin
embargo, durante esa edad no fue dada a la gente en general la oportunidad de
recibir las bendiciones prometidas. En Isaías
51:2, con respecto a Abrahán, se nos dice que solamente a él llamó Dios. – Génesis. 12:1
Durante la Edad Patriarcal las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron
destruidas a causa de su maldad, pero Dios no hizo esfuerzo alguno por lograr
el arrepentimiento de esa gente inicua. Sabemos esto porque Jesús lo dice en el
Nuevo Testamento. El Maestro – quien llevó a cabo su asombroso ministerio en
algunas de las ciudades de su día – dice que si esas maravillas hubieran sido
hechas en Sodoma y Gomorra tales ciudades no hubieran sido destruidas puesto
que se hubieran arrepentido. Indudablemente Dios, de haber sido ése su plan,
hubiera podido dar a la gente de esas inicuas ciudades un testimonio muy
elocuente, pero no lo hizo. En cambio, las destruyó, sin darles una oportunidad
de arrepentimiento. También Jesús prometió un tiempo “más tolerable” para esa gente
que para la de las ciudades favorecidas que se negaron a reconocerle y a sacar
provecho de sus obras maravillosas.
Con todo, nos vemos precisados a arribar a la conclusión de que esa
gente fue incluida en la promesa de Dios de bendecir a “todas” las familias de
la tierra por conducto de la simiente de Abrahán, y por lo tanto, el único
punto de vista armonioso que podemos tomar es el de que Dios levantará de entre
los muertos a los sodomitas para que puedan tener la oportunidad de ser
bendecidos. Esto precisamente es lo que predice el Profeta Ezequiel en el capítulo
16 de su profecía, desde el versículo 44 hasta el final del capítulo.
Véase también el capítulo VI de El Plan Divino de las Edades.
La Prometida Simiente
La promesa que Dios hizo a Abrahán en la Edad Patriarcal fue más tarde
confirmada por medio de un juramento divino. (Génesis.
22:16-18; Hebreos. 6:13-18) Fue una maravillosa promesa en la que
Dios revela su propósito de “bendecir a todas las familias de la tierra.” La
promesa fue confirmada a Isaac y a Jacob; y a la muerte de Jacob, a sus doce
hijos, quienes constituyeron el núcleo de la nación de Israel. Abrahán no
entendió el pleno significado de esa promesa. Por ejemplo, no se dio cuenta de
que resultarían dos simientes – una espiritual y otra terrenal – una
representada por las estrellas del cielo y la otra por las arenas del mar. – Génesis. 22:17
Tampoco entendió Abrahán claramente que había dos partes en el pacto que
Dios hizo con él, una de ellas relacionada con el desarrollo de la “simiente,”
y la otra con la tarea de dispensar, por medio de la “simiente,” las prometidas
bendiciones. Abrahán sin duda pensó que su milagrosamente concebido hijo, era
la prometida simiente, y a tal grado llegó su fe en la posibilidad de que Dios
cumpliera su promesa que creyó que Isaac sería levantado de entre los muertos
si, como Dios le había ordenado, lo ofrecía en sacrificio. – Hebreos 11:17-19
En Hebreos 11:13, 39 y en Hechos 7:5 el apóstol nos dice
que Abrahán murió sin que le fuera cumplida la promesa, pero que en tanto que
vivió esperó por “la ciudad que tiene cimientos; cuyo arquitecto y hacedor es
Dios.” (Hebreos. 11:10) Para Abrahán una
ciudad representaba el centro de un gobierno o reino, de manera que en realidad
esperó que Dios estableciera un reino por sobre toda la tierra en el cual sus
descendientes ocuparían un puesto prominente. La promesa hecha a Abrahán fue
una de las promesas del Antiguo Testamento concernientes al venidero Reino
Mesiánico.
Lo mismo que los demás patriarcas de ese tiempo, Abrahán tomará
prominente parte en la fase terrenal del Reino Mesiánico, y las promesas de
Dios a los patriarcas lo mismo que sus tratos con ellos desempeñan un
importante papel en el desarrollo del plan de Dios para con su pueblo en un
tiempo futuro. Visto de esta manera nos podemos dar cuenta de que durante la
Edad Patriarcal Dios no trató de convertir al mundo sino llevó a cabo una tarea
muy importante en conexión con su plan. La tarea de Dios en esa edad tuvo un
cumplido éxito.
La Edad Judaica
La Edad Judaica, como se indica en el diagrama, empezó a la muerte de
Jacob y terminó con la primera venida de Jesús. El título “Edad Judaica” se usa
para denotar tal período de tiempo por cuanto sugiere la manera en
que Dios continuó la tarea preparatoria para el establecimiento de su reino y
para la consiguiente bendición de todas las familias de la tierra. Durante ese
tiempo Dios trató con sólo una nación, Israel, y con ninguna otra. Por medio
del profeta Dios declaró: “A vosotros solos he conocido de entre todas las
parentelas de la tierra.” – Amós 3:2
A Israel dio Dios su ley. Les envió sus profetas. Por medio de su
sacerdocio instituyó el tabernáculo y sus servicios, los que conforme al Nuevo
Testamento prefiguraron “bienes venideros.” (Hebreos.
9:11, 23; 10:1) A esa nación Dios prometió que si eran leales
haría de ellos “un reino de sacerdotes y una nación santa.” (Éxodo. 19:5, 6) Esto significa que
por conducto de ellos Dios dispensaría sus bendiciones prometidas a “todas las
familias de la tierra.”
Pero Israel, como nación, no llegó a la marca para esta elevada y
honrosa posición en el plan divino. (Romanos.
11:7) Cuando su Mesías vino, lo rechazaron, y como resultado ellos fueron
rechazados de la posición de especial favor divino. Sin embargo, la tarea de
Dios en la Edad Judaica no fue un fracaso. Pablo nos dice que la ley sirvió de
“ayo” (pedagogo o tutor) para traer los judíos a Cristo (Gálatas. 3:24) El fracaso de los
judíos en cuanto a guardar la perfecta ley de Dios demostró la necesidad de la
tarea redentora de Cristo. Finalmente, todas las naciones se darán cuenta de la
misma gran lección de que también necesitan un Redentor.
Durante la Edad Judaica Dios llevó a cabo otras cosas importantes. Sus
tratos con Israel, lo mismo que los éxitos y fracasos de ese pueblo, sirvieron
de valiosos ejemplos y guías para el Israel espiritual de esta edad.
Los centenares de promesas hechas a Israel, por conducto de los profetas,
constituyen una reseña de muchos de los rasgos importantes del plan divino y
sirven para guiar a los seguidores del Maestro para que se preparen para ser
coherederos con Cristo en el Reino Mesiánico. De varias otras maneras la Edad
Judaica desempeña un importante papel en el plan divino para la rehabilitación
humana. La tarea de Dios durante la Edad Judaica no fue un fracaso sino que
llevó a cabo el divinamente determinado propósito.
La Edad Judaica finalizó con el primer advenimiento de Jesús. Durante su
ministerio y por tres años después, el favor divino continuó con los judíos. En
armonía con tal arreglo Jesús limitó su ministerio y el de sus discípulos a la
nación de Israel hasta después de su resurrección de entre los muertos. Jesús
dijo a sus discípulos: “No vayáis en camino de gentiles, ni entréis en ciudad
de Samaritanos; sino id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” –
Mateo. 10:5, 6
La Edad Evangélica
Después de su resurrección Jesús dijo a sus discípulos que extendieran
su ministerio hasta llegar a todas las naciones, mas tenían que empezar en
Jerusalén. (Lucas. 24:45-49; Mateo. 28:19,
20) Conforme a la profecía de Daniel
(9:24-27), que habla del Mesías siendo “cortado” (nota marginal) a la mitad de la
última semana, Israel sería favorecido por tres años y medio después de la
muerte de Jesús. Por eso, fue dada la orden de que los discípulos empezaran en
Jerusalén. En tiempo profético una “semana” representa siete años, a razón de
un año por cada día. – Números.
14:33, 34; Ezequiel. 4:6; Daniel. 12:11, 12; Apocalipsis. 11:2, 3
Y así, “en Jerusalén” comenzó la tarea de la Edad Evangélica. Esta edad
llega hasta la segunda presencia de Cristo, tiempo en que también – como se
indica en el diagrama – comienza el mundo de mañana dirigido por Dios.
Escogemos el término “Edad Evangélica” para identificar este período entre los
dos advenimientos de Cristo por cuanto las Escrituras indican que durante este
tiempo la obra de Dios prosigue por medio de la proclamación del evangelio o
“buenas nuevas” del reino.
Según ya lo indicamos, durante la Edad Patriarcal Dios llevó a cabo su
obra escogiendo y entrando en tratos con algunos patriarcas. Durante la Edad
Judaica su obra se llevó a cabo por medio de sus tratos con la nación judaica,
pero durante la Edad Evangélica Dios no limita su favor a ciertos prominentes
individuos, como fue el caso en la Edad Patriarcal, ni a una sola nación, como
sucedió en el transcurso de la Edad Judaica, sino que ha comisionado a todos
los suyos a que proclamen las buenas nuevas del reino a todas las naciones de la
tierra, y los que han hecho caso del mensaje han recibido el favor de Dios,
quien los invita a que tomen parte en su plan de las edades.
¿Cuál, entonces, ha sido el objetivo de la obra de Dios durante la Edad
Evangélica? Esa pregunta se contesta en Hechos
15:13-18. En ese pasaje se nos dice que Dios visitó a los gentiles para tomar de
entre ellos “un pueblo para su nombre.” Los judíos, como nación, deberían haber
sido su pueblo, mas pocos de entre ellos aceptaron a Cristo, y a cuantos le
aceptaron les dio “el derecho (nota marginal) de ser hijos de Dios.” (Juan 1:12) En el plan divino
ese “pueblo para su nombre” tenía que ser formado de 144,000 personas – un
número considerable desde cierto punto de vista, pero sólo una “manada pequeña”
si se toma en cuenta a la humanidad en general o solamente a los cristianos
profesos. – Lucas. 12:32
En Romanos 11:17-24 el apóstol explica
que los gentiles lograron entrar a gozar de los privilegios especiales de esta
“Edad Evangélica” debido a que las “ramas naturales” (los judíos) fueron
quebradas a causa de su incredulidad. Esto significa que los del “pueblo para
su nombre” tomados de entre los gentiles en realidad remplazan a los judíos
rechazados a causa de perder el favor especial que conforme al acuerdo original
pertenecía al Israel carnal. A esto se debe que en el Apocalipsis 7:4-8 y 14:1-3 se habla de la
entera compañía de 144,000 como incluidos entre las doce tribus de Israel.
Digno de tomarse en cuenta especialmente en este cuadro es “el pequeño
rebaño” de 144,000 personas que aparecen con el “Cordero” en el Monte Sion que
tienen “su nombre y el nombre del Padre de él, escrito en sus frentes.” De esa
manera se indica que son un “pueblo para su nombre” – es decir, un pueblo que
debe llevar su nombre. En Apocalipsis 19:7 esta misma compañía
se representa como la “esposa” del Cordero, y de esta manera, también,
participa del “nombre de familia” del Padre Celestial. Véase Apocalipsis. 21:2 y 22:17
La Divina Casa Reinante
A la luz del testimonio general de la Palabra de Dios este “pueblo para
su nombre,” tomado de entre todas las naciones por medio del Evangelio, en
realidad es la Divina Familia o Casa Reinante. En Miqueas
4:1-4 se nos habla del establecimiento del reino de Dios por sobre toda la
tierra, y este reino (que es simbolizado en la profecía por un “monte” o
gobierno), es puesto por cabeza de “la Casa del Dios de Jacob.” Todas las casas
reales hereditarias de este presente mundo malo en realidad han sido familias que
de generación en generación han heredado el “derecho” de gobernar.
Por eso, Dios nos dice que su reino estará en manos de una casa
gobernante la que también forma una familia, pero no terrenal sino divina, la
familia del mismo Dios. El jefe de ella es su mismo “hijo unigénito,” su amado
Hijo Cristo Jesús. Además de Jesús, los que le siguen fielmente son aceptados
dentro de la familia de Dios y llegan a ser hijos suyos. – Colosenses. 1:18; Juan 1:12; 1 Juan 3:1, 2
El apóstol después explica que si somos hijos, somos “herederos de Dios
y coherederos con Cristo.” (Romanos. 8:16, 17) Todos estos coherederos tienen
la promesa de formar parte de la familia reinante de Dios, y el propósito de
esta Edad Evangélica es el de seleccionar y preparar a los que, en calidad de
miembros de la familia real celestial, vivirán y reinarán con Cristo mil años.
– Apocalipsis. 20:4; Salmos. 2:9;
Apocalipsis. 2:26, 27; 1 Corintios. 6:2, 3. Véase también los
capítulos V y XIV de El Plan Divino de las Edades.
Una vez completada la tarea de la Edad Evangélica, nada estorbará para
el establecimiento del nuevo mundo de mañana bajo el dominio de Dios. Al final
del mundo de hoy, y a principios del mundo de mañana, se lleva a cabo el
segundo advenimiento de Cristo, y en un principio (en lo que respecta al mundo
en general) “como ladrón en la noche.” Cristo viene primeramente a recibir a su
desposada. (Juan 14:3; Apocalipsis. 19:7;
21:2; 22:17) Cuando su esposa, la iglesia, esté unida a él en la gloria celestial,
será cumplida la promesa del Apocalipsis
22:17: “El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! … ¡y el que quiera, tome del
agua de la vida de balde!”
La Primera Edad en el Nuevo Mundo
Los primeros mil años del nuevo mundo son designados en nuestro diagrama
como la Edad Milenaria. En el transcurso de esos mil años será que la iglesia –
la cual habrá sido juntada de entre el mundo durante la Edad Evangélica –
reinará con Cristo con el fin de dispensar las prometidas bendiciones de Dios a
“todas las familias de la tierra.” (Génesis.
12:1-3; Gálatas. 3:16, 27-29; Apocalipsis. 5:10; Mateo. 19:28) Será durante esa
Edad Milenaria que el gran plan de Dios llegará a su victoriosa culminación. – Efesios. 1:10
En Hechos 15:15-17 (que ya mencionamos)
el apóstol indica el orden en que serán dispensadas las bendiciones. Después de
que el “pueblo para su nombre” haya sido juntado de entre los gentiles, vendrá
la reedificación del “tabernáculo de David,” o sea la prometida restauración de
Israel. (Ezequiel. 39:22) Luego toca el turno
a los gentiles: “todas las naciones (margen) sobre quienes mi nombre es
llamado, dice el Señor.” Esta bendición de todas las naciones viene en seguida
de la primera “visita,” la que tuvo por objeto solamente el “tomar un pueblo
para su nombre.”
Pero antes de que la Edad Milenaria pueda ser plenamente introducida, el
mundo tendrá que pasar por una “grande tribulación, cual no ha sido desde que
ha habido nación.” (Daniel.
12:1) Habrá un período de transición entre la Edad Evangélica y la Edad
Milenaria, así como lo hubo entre la Edad Judaica y la Edad Evangélica. Muchas
son las razones para suponer que nos encontramos en este período de transición
y que la presente disturbada situación del mundo es parte del “tiempo de
angustia” con que finalizará esta edad.
A causa de que los diversos grupos religiosos han puesto que el propósito
de Dios es el de convertir al mundo durante la Edad Evangélica, ahora se
sienten confundidos por la presente destrucción de la civilización y se sienten
inclinados a perder su fe en Dios y en el cristianismo. (Jeremías. 8:15) Pero, al darnos
cuenta de que la tarea para esta edad es solamente la de escoger de entre el
mundo a los que han de reinar con Cristo en la edad venidera, es posible
entender por qué ha fracasado la cristiandad.
Es un hecho que Jesús mismo dio a entender que a la llegada del tiempo
para su segunda venida habría muy poca fe en la tierra. (Lucas. 18:8) Pablo profetizó que
en los “últimos días” habría tiempos peligrosos y que los hombres serían
“amadores de los placeres más bien que amadores de Dios” (2 Timoteo. 3:4) En la Parábola del
Trigo y la Cizaña Jesús claramente dio a saber que una gran cantidad de sus
seguidores profesos serían solamente imitación de cristianos y que al final de
la edad los manojos denominacionales serían destruidos.
Esta quema de la cizaña al final de la edad es lo que constituye, en
parte, el “gran tiempo de angustia” con el que ha de terminar esta edad. Sin
embargo, esto no significa que la tarea de la edad ha fracasado. La obra de
Dios en esta edad, lo mismo que en las edades anteriores, ha tenido un completo
éxito. Todos los que forman parte de su “trigo” verdadero han sido juntados en
el granero celestial, y allí “brillarán como el sol en el reino de su Padre.” (Mateo. 13:43) No importa lo mucho
que veamos de destrucción de lo que pretende ser la cristiandad, recordemos que
nada puede ocurrir sino con el permiso de Dios y lo que a nuestros ojos pudiera
parecer una calamidad no es más que otra parte de los preparativos para el
establecimiento del verdadero cristianismo durante el reino de mil años.
El Paraíso en el Edén
Tracemos ahora el desarrollo del plan de Dios desde un punto de vista
algo diferente. Nos hemos apercibido de la gran importancia del elemento de
tiempo en los arreglos divinos – cómo el plan de Dios ha proseguido
desarrollándose de una edad a otra – y ahora examinaremos el programa divino en
cuanto a cómo se relaciona con los diferentes planos de existencia o esferas de
vida. Cuando el apóstol, en Efesios 1:10, describe el
complemento del plan divino en el “cumplimiento de los tiempos,” él declara que
entonces todas las cosas serán reunidas en Cristo, tanto las que están en el
“cielo” como las que están sobre la “tierra.”
Hallamos que en las Escrituras se mencionan dos salvaciones, una
celestial y la otra terrenal. El dejar de tomar en cuenta este hecho, al
estudiar la Biblia, ha resultado en muchas aparentes contradicciones. La mayor
parte de las promesas del Antiguo Testamento, y algunas de las del Nuevo,
describen las bendiciones terrenales, en tanto que la mayor parte de las
promesas del Nuevo Testamento, y algunas del Antiguo, al hablar proféticamente
de la iglesia, tienen que ver con una esperanza celestial. Es necesario que
apliquemos debidamente estas promesas para lograr percibir la armonía que
existe entre ellas.
El diagrama en la página 10 muestra en la parte inferior dos líneas
horizontales que corren a través de los tres mundos. En la línea superior, en
la extrema izquierda y al comienzo del mundo de ayer se ve una pirámide
pequeña. Esta representa a Adán como fue creado en un principio, a la imagen de
Dios. Adán fue una criatura humana perfecta, de la tierra, terreno. (1 Corintios. 15:47) A él se le ordenó
que se multiplicara y llenara la tierra y la subyugara – es decir, que hiciera
de toda parte habitable de este planeta un jardín como el que Dios proveyó para
él “a la parte del oriente” del Edén. – Génesis.
2:8
Enfáticamente declaramos que Adán fue creado para que viviera en la
tierra y que la tierra fue formada para ser el hogar del hombre. (Isaías. 45:18; Salmos. 115:16) Nada se le dijo a
Adán respecto a que tendría que ir al cielo. Se le dijo que si desobedecía la
ley de Dios moriría. De necesidad, lo contrario es cierto: Si no desobedecía,
no tendría que morir. Si Adán no hubiera transgredido la ley de Dios, la orden
de multiplicarse y llenar la tierra y subyugarla se hubiera cumplido sin la
entrada del pecado, las enfermedades, ni la muerte.
En tal caso, Adán y sus hijos hubieran continuado viviendo en la tierra
sin el menor temor de la muerte. Cuando la orden de llenar la tierra hubiera
sido cumplida, la función particular de la raza humana habría cesado y la
tierra estaría llena de una familia humana perfecta y feliz, gozando del pleno
favor de Dios a través de la eternidad. Mas, no resultó de esta manera por
cuanto Adán desobedeció la ley divina y la anunciada sentencia de muerte recayó
sobre él. Sin embargo, esto no significa que el propósito de Dios al crear al
hombre fracasó.
Fíjese ahora en la línea horizontal más abajo, en nuestro diagrama. Esta
representa el plano del pecado y de la muerte. Este es el plano de existencia
en que ha nacido la raza humana y sobre la cual las criaturas humanas
experimentan una dolorosa existencia por unos cuantos años antes de descender a
la tumba.
A causa de la transgresión de Adán, toda la raza humana ha nacido en el
plano de pecado y muerte en vez de en el plano superior de perfección y vida.
Pablo explica que por medio de la desobediencia de un hombre entró el pecado en
el mundo y por medio del pecado la muerte y así la muerte pasó por todos los
hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos.
5:12, 19) Tan pronto como pecó, Adán cayó al plano de la muerte, y en ese plano
de existencia nacieron sus hijos. Por esa razón todos ellos entraron en la
senda de la muerte.
Las dos pirámides incompletas en la línea inferior del diagrama
representan a la caída y moribunda raza humana durante el mundo de ayer y el
mundo de hoy. Durante estos dos mundos la humanidad ha andado por el “valle de
la sombra de muerte.” La gente en general ha estado “sin Dios” y “sin
esperanza.” Ha estado andando en la senda que Jesús describe como “el camino
ancho” que conduce a la destrucción.” – Mateo.
7:13
El Precio Correspondiente
Recordemos que cuando Adán pecó nada se le dijo con respecto a ir al
cielo o al infierno. Se le informó que moriría, y esto simplemente significa
que había perdido el privilegio de vivir y de gozar en el perfecto jardín del
Edén – el paraíso terrenal. El pecado de Adán, por lo tanto, significó la
pérdida del paraíso. El plan divino de salvación, por consiguiente, tiene que
incluir la restauración del paraíso. Más, ¿cómo se llevará a cabo esto? Las
Escrituras contestan que por medio de la tarea redentora de Cristo.
Uno de los términos bíblicos que se emplea en conexión con la obra de
redención es “rescate.” Pablo nos dice que el “hombre” Cristo Jesús se dio a sí
mismo en “rescate” por todos. (1 Timoteo.
2:6) En este pasaje la palabra griega traducida “rescate” es antilutron,
la que significa un “precio correspondiente.” El hombre Jesús, quien murió en
la cruz, en el Calvario, como Redentor, fue un exacto precio correspondiente
del hombre perfecto Adán, quien se tornó en pecador. Con respecto a Jesús, se
dice que él fue “hecho carne,” con el propósito de que “por la gracia de Dios
gustase la muerte por todos.” – Juan 1:14;
Hebreos. 2:9
Fijémonos que esto está representado en el diagrama por la cruz y la
pirámide colocadas en la línea horizontal superior, al final de la Edad Judaica
y a principios de la Edad Evangélica. En este punto en el plan divino ocurrió
la primera venida de Jesús, y el rasgo principal del plan que él llevó a cabo
en ese entonces fue el de dar su vida por los pecados del mundo. Juan, el
bautista, dijo refiriéndose a Jesús: ¡He aquí el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo!” – Juan 1:29
De no haberse requerido una tarea preparatoria en el plan, la obra de
Dios después de la muerte y resurrección de Jesús hubiera consistido en
restaurar a la caída raza humana la posesión perdida – el paraíso. El mensaje
dado a los creyentes hubiera sido una invitación a venir a tomar del “agua de la
vida de balde.” (Apocalipsis.
22:17) Por medio de Jesús se hizo la provisión de anular la sentencia de
muerte impuesta sobre Adán la que por su conducto pasó por sobre toda la
humanidad. Siendo este el caso, el lógico siguiente paso hubiera sido el
comienzo de la tarea de restauración.
Mas, no fue ésa la obra comenzada por los apóstoles después del
Pentecostés. Ciertamente, Jesús curó a unos cuantos enfermos en su primera
venida, y despertó a unos cuantos muertos, pero esto solamente fue con el fin
de dar una muestra de lo que sería su tarea futura. (Juan
2:11) El Apóstol Pablo explica que los dones del Espíritu Santo concedidos a
la Iglesia en sus tempranos días (y por medio de los cuales un limitado número
de milagros fueron llevados a cabo) deberían “cesar,” o pasar. (1 Corintios. 12:31; 13:1-3, 8; 14:18-20, 22) Desde ese entonces
algunos individuos han pretendido poseer la habilidad de efectuar milagros en
el nombre de Cristo, mas no han resucitado muertos y los pocos casos de
enfermos que dicen haber curado son de dudosa autenticidad.
Los discípulos de Jesús no recibieron la promesa de gozar de salud y
vida eterna en la tierra. Por el contrario, se les dijo que si deseaban ser
verdaderos discípulos de Cristo tendrían que sufrir y morir con él. “Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame,” es
lo que dice el Maestro a quienes desean saber los términos para ser sus
discípulos. – Mateo. 16:24
Por supuesto es de suponerse que si Jesús murió en lugar del pecador,
como lo revelan las Escrituras, los que creen en él no deberían morir. Eso será
cierto en el mundo de mañana, mas durante esta Edad Evangélica se está
desarrollando otra muy importante parte del plan divino de salvación.
¿Y cuál es esa parte del plan? Es la llamada y selección de la iglesia
de Cristo, junto con la preparación de sus miembros para que participen con
Cristo en la tarea de dar vida a la humanidad durante la Edad Milenaria. Esa
llamada la describe el apóstol como una “llamada celestial.” (Hebreos. 3:1; Filipense. 3:14) Jesús aludió a ella
en sus palabras al hombre principal cuando le dijo que si le seguía hasta la
muerte tendría “tesoros en el cielo.” – Lucas.
18:18-20
El Lugar Preparado
Jesús aludió también a la esperanza celestial de quienes siguen en sus
huellas cuando les prometió: “Voy a prepararos el lugar. Y si yo fuere … vendré
otra vez, y os recibiré conmigo; para que donde yo esté, vosotros también
estéis.” (Juan 14:2, 3) Pedro se refiere a
la esperanza celestial de la iglesia en las palabras: “Nos han sido dadas sus
preciosas y muy grandes promesas; para que por medio de éstas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina.” – 2
Pedro. 1:4
Pablo exhorta a los cristianos a pensar en “las cosas que están arriba.”
Estas cosas dice él se encuentran “donde Cristo está sentado a la diestra de
Dios.” (Colosenses. 3:1, 2) Esto indica que la
recompensa de la iglesia será la misma recompensa dada a Jesús. A esto también
el apóstol da especial énfasis cuando dice: “Si hemos venido a ser unidos con
él por la semejanza de su muerte, lo seremos también por la semejanza de su
resurrección.” – Romanos. 6:5
En este último texto se indica por qué los seguidores de Jesús en esta
edad no serán restaurados a la vida humana. Ellos han sido invitados a morir
con Jesús. En otras palabras, la tarea de sacrificio de Cristo no
terminó en el Calvario. Tal cosa se deduce claramente de las palabras de Pablo
en Romanos 12:1, donde leemos:
“Ruegos pues, hermanos, por las compasiones de Dios, que le presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo, acepto a Dios; culto racional vuestro.”
En Colosenses 1:24 Pablo habla de
cumplir “en parte lo que falta aún de los padecimientos de Cristo.” Otros pasajes
representan a la iglesia como ofreciéndose en sacrificio, entregando sus vidas
en la tarea de hacer la voluntad de Dios. Esta tarea de sacrificio de los
cristianos es a la que el apóstol se refiere en las palabras “plantados” y en
la “semejanza” de la muerte de Cristo. Jesús no murió como pecador bajo condena
de muerte. Murió en sacrificio, como una ofrenda voluntaria por el pecado. Su
muerte proveyó la cancelación legal del pecado de Adán, y por conducto de Adán,
del pecado heredado por toda la humanidad.
Justificados por medio de Cristo
Pudiéramos preguntar, ¿en qué sentido los seguidores de Jesús mueren de
la misma manera que él murió? ¿Acaso no son ellos miembros de la raza caída,
bajo condena de muerte, como el resto de la humanidad? En realidad lo eran,
pero las Escrituras nos dicen que después de la resurrección de Jesús él
apareció en la presencia de Dios por nosotros. (Hebreos.
9:24) Esto significa que el mérito de su sacrificio libra de la condena a
todos los consagrados seguidores, de manera que la muerte de ellos no es
considerada por Dios por más tiempo como consecuencias de la condenación sino
como resultante del sacrificio.
En Romanos
6:11 Pablo dice a los cristianos que ellos deben “reputarse muertos en
verdad al pecado,” de la misma manera que Cristo, como ofrenda por el pecado.
Tal cosa no significa que la tarea de sacrificio de la iglesia es necesaria
para proveer la redención de la humanidad. Esta tarea fue hecha en su totalidad
por Jesús. Lo que significa es que Dios acepta los sacrificios de la iglesia
como si fueran sacrificios de criaturas humanas perfectas, y que por medio de
estos sacrificios la iglesia es preparada para la tarea que ha de llevar a cabo
con Jesús, como dispensadores de vida para toda la humanidad en la Edad
Milenaria.
En el Mapa de las Edades que aparece en la página 10 se muestra esta
parte importante del plan divino. Se notará que la iglesia de esta Edad
Evangélica aparece representada sobre el plano de perfección humana. Esta
pirámide incompleta tiene por objeto representar a la profesa iglesia cristiana
en vez de solamente a los que Dios considera como verdaderos cristianos. Por
tal razón, parte de ella aparece debajo de la línea, es decir como “adheridos”
pero sin formar parte. Para una más detallada explicación de este punto
llamamos la atención de los lectores al capítulo XII de El Plan
Divino de las Edades.
Los que forman parte de la verdadera iglesia de Cristo – cuyos nombres
están “inscritos en el cielo” – han sido llamados del mundo y se les asegura
que por medio de la sangre de Cristo sus obras imperfectas son aceptables a
Dios. A causa de su voluntad para sacrificar la vida terrenal, se les promete
una recompensa celestial. En esta forma marchan por la angosta senda de
sacrificio que conduce a la gloria, al honor, y a la inmortalidad. – Mateo. 10:39; Romanos. 2:7
Es a la iglesia a la que se le hace la promesa de inmortalidad. Adán no
fue inmortal por cuanto inmortal significa a prueba de muerte. Cuando el hombre
sea restaurado a la perfección, al final de la Edad Milenaria, no será
inmortal, sino todos los fieles y verdaderos seguidores de Cristo de esta Edad
Evangélica finalmente serán exaltados a la inmortalidad. Serán conformados a la
imagen de Jesús quien es ahora una exaltada criatura celestial, y le verán como
él es, y estarán con él y reinarán con él mil años. (1
Juan 3:2; Apocalipsis. 2:26, 27; 5:10; 20:4, 6) Véase también El
Plan Divino de las Edades, capítulo X.
El Paraíso Restaurado
Cuando haya sido terminada la tarea de esta Edad Evangélica, y cuando
los verdaderos cristianos estén unidos con Jesús en la fase celestial del
reino, entonces comenzará la tarea de restaurar a la humanidad a la vida en la
tierra. En el diagrama, nótese la pirámide grande en la sección de la Edad
Milenaria, colocada sobre la línea que representa la perfección humana. Adán
fue creado en este plano. Fue de este plano de donde él cayó. A ese plano de perfección
será restaurado durante el reinado de mil años de Cristo y de la iglesia.
El Apóstol Pedro habla de esta tarea de la Edad Milenaria como la
“restauración,” y dice que de ella habló Dios por boca de todos los santos
profetas que ha habido desde la antigüedad. (Hechos
3:19-21) Estos testimonios de los santos profetas de Dios describen las
bendiciones terrenales de la vida que ha de recibir la humanidad después de la
segunda venida de Cristo. El cumplimiento de estas promesas terrenales no llega
sino hasta el complemento de la iglesia de esta Edad Evangélica, cuando haya
sido unida a Cristo en el plano celestial – el lugar preparado por Jesús. – Juan 14:1-3
Cuando haya sido completada la tarea de la Edad Evangélica, seguirá la
de juntar a la humanidad en general bajo Cristo, no en el plano espiritual sino
en el plano terrenal. De esta manera serán juntadas o “resumidas” todas las
cosas en Cristo, así las que están en el cielo, como las que están sobre la
tierra. (Efesios. 1:10) Cuando empiece la
Edad Milenaria la junta de la iglesia, que comenzó al principio de la Edad
Evangélica, habrá terminado y ésta se hallará unida con Cristo en gloria. Por
eso, se nos dice que en el “cumplimiento de los tiempos” habrá sido completada
la tarea de juntar todas las cosas celestiales y terrenales en Cristo.
Príncipes en la Tierra
Los primeros restaurados a la perfección terrenal serán los antiguos
profetas. En un tiempo ellos fueron los Padres de Israel pero ahora serán los
hijos de “El Cristo,” establecidos como “príncipes en toda la tierra.” (Salmos. 45:16) Jesús dijo que
durante el período del reino Abrahán, Isaac, Jacob, y todos los profetas serían
considerados como instructores de la gente.
(Mateo. 8:11; Lucas. 13:28-30) Ellos serán los representantes del
divino Cristo y recibirán de él la tarea de administrar las leyes de ese nuevo
reino.
Estos representantes terrestres del divino Cristo serán respaldados por
facultades milagrosas de manera que no será posible evadir con éxito el
cumplimiento de las leyes entonces impuestas – las leyes de Cristo. Se nos
informa que en ese entonces sucederá que “toda alma que no obedeciere a aquel
Profeta, será exterminada de entre el pueblo.” (Hechos
3:23) Los que cumplan las leyes del reino mesiánico no tendrán que morir.
Serán restaurados a la perfección perdida por Adán, el padre de la raza, y a
causa de ser perfectos tendrán la oportunidad de vivir eternamente en la
tierra. Esto es lo que se da a entender por la palabra “restauración” según el
uso que de ella hace el Apóstol Pedro, y por la palabra “regeneración” que
emplea el Maestro. – Mateo. 19:28
Por medio de los centenares de promesas bíblicas relativas a la próxima
restauración del mundo se nos indican las muchas maneras en que ésta resultará
en la felicidad de la humanidad y en la solución de todos sus problemas. Se nos
informa que el conocimiento de Dios llenará toda la tierra como las aguas
cubren la mar. Se nos asegura que Jehová en ese entonces dará a los pueblos
lenguaje o “labios puros,” capacitando a los humanos para que “todos ellos
invoquen el nombre de Jehová, sirviéndole de común acuerdo.” – Sofonías. 3:8, 9
También se nos dice que en ese entonces la ley de Dios estará escrita en
los corazones de la gente. Esta es una de las maneras en que el hombre será
restaurado a la perfección perdida a causa de la transgresión de Adán en el
Edén. La tarea de grabar la ley divina en los corazones de los hombres
requerirá la ayuda de Dios. Fuerzas milagrosas estarán en ese entonces al
alcance de quienes las necesiten para ayudarlos a colocarse bajo la
jurisdicción de las regulaciones del reino.
Se nos informa que en ese entonces “los habitantes del mundo aprenderán
justicia.” (Isaías. 26:9) También aprenderán a
conocer al verdadero Dios, lo cual les resultará en vida eterna. (Juan 17:3) En ese entonces
Satanás estará atado y toda influencia maléfica será restringida. (Apocalipsis. 20:1, 2) La senda para volver
a la vida será tan fácil de transitar que “el que anduviere en este camino, por
lerdo que sea, no se extraviará.” – Isaías.
35:8, 9
¡Cuán diferente será ese estado de cosas al que hoy encontramos entre
los verdaderos cristianos! Estos ahora andan por el “camino angosto” tan
difícil de hallar, y en el que los que lo recorren son tentados y probados casi
a cada paso que dan. (Mateo.
7:13, 14) Por supuesto que éstos cuentan con la ayuda de Dios y les espera una
grandísima recompensa. Sin embargo, cuando la “calzada” de la restauración sea
puesta en servicio, las pruebas de esta edad no serán más, y la humanidad
recibirá toda la ayuda necesaria a cada paso hacia adelante para su rápido y
pleno retorno a la perfección y a la vida eterna en la tierra.
Tal es el plan de Dios para el mundo de mañana. Seis mil años de
preparación han pasado ya. “Miguel,” el Rey del mundo de mañana establecido por
Dios, ya está en pie y ha vuelto para tomar a su desposada y para asumir su
regia autoridad sobre todas las naciones, lo que resultará en un “tiempo de
angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación.” (Daniel. 12:1) Esta angustia, aun
cuando en extremo desconcertante, preparará al mundo para aceptar al nuevo Rey
a pesar de que su presencia aún no es reconocida. Sin embargo, cuando su gloria
sea manifestada, “la verá toda carne juntamente.” – Isaías.
40:5
Empezando en Jerusalén, el “aumento de su dominio y de su paz” se
extenderá gradualmente hasta que cubra a todas las naciones y para todos traiga
gozo, paz y vida eterna. (Isaías.
9:6, 7) Cuando todas las naciones de la tierra lleguen a estar aún más
humilladas de lo que hoy están, dirán: “¡Venid y subamos al monte de Jehová, a
la Casa del Dios de Jacob! Y él nos enseñará en cuanto a sus caminos, y
nosotros andaremos en sus senderos.” Cuando de esta manera los hombres hayan
aprendido los caminos de Dios, entonces “forjarán sus espadas en rejas de
arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni
aprenderán más la guerra.” – Miqueas.
4:1-4; Isaías. 2:2-4
Ciertamente, Dios tiene un plan, el que a través de las edades ha
marchado adelante, continua y majestuosamente, hacia su pleno complemento. Nos
hallamos ahora en el umbral de la dispensación de la plenitud de los tiempos,
cuando llega a su culminación el plan divino para la bendición de todas las
familias de la tierra con paz, felicidad y vida eterna. Tal culminación será la
respuesta que Dios dará a la oración de los sinceros cristianos: “Venga tu
reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” – Mateo. 6:10
Si conocemos el plan de Dios y nos damos cuenta de lo que traerá a un
angustiado mundo, es nuestro el privilegio de darlo a saber a otros. El
verdadero mensaje de “buenas nuevas” o Evangelio tiene como centro la obra
redentora de Cristo. Según tengamos la oportunidad, demos a saber a otros que
el plan de Dios no ha fracasado sino que, conforme a su propósito, prosigue
hacia su gloriosa culminación. La tarea de Dios en el mundo de ayer no fracasó;
su tarea en el mundo de hoy, no ha fracasado; su tarea en el mundo de mañana no
fracasará.” – Isaías.
42:4; 55:10, 11; 53:11
A causa de que dentro de poco tiempo el plan de Dios será completado en
el mundo de mañana, pronto la tierra llegará a ser un paraíso y todo lo que fue
perdido en el Edén (pero comprado por medio de la muerte de Jesús) será
restaurado a la humanidad. De esta manera Dios limpiará toda lágrima de los
ojos de la humanidad y la muerte será “tragada” o extinguida victoriosamente. –
Apocalipsis. 21:1-5; 1 Corintios.
15:54
http://www.dawnbible.com/es/booklets/planDios.htm
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