MARCOS 14:32-42;-MATEO. 26:36-46; LUCAS
22:39-46; JUAN 18:1.-
Texto de oro: "La copa que mi Padre me ha dado,
¿no la beberé?".
Al considerar las solemnes escenas de esta lección,
hagámoslo con reverencia y profunda gratitud, recordando que fue nuestra carga
la que llevó el Maestro, que fue el castigo de nuestra paz el que recayó sobre
él, y que por sus llagas fuimos nosotros curados.
La narración, tan familiar para todo cristiano, está
llena de preciosas lecciones, especialmente para aquellos que, por su gracia,
se esfuerzan por seguir los pasos del Señor. Observamos (1) que cuando el Maestro
se dio cuenta de que se acercaba la hora de su traición y de su feroz
tentación, después de haber consolado, aconsejado y orado por y con sus
discípulos, su siguiente fuerte impulso fue buscar un lugar solitario para orar
y estar en comunión con Dios, a fin de encontrar gracia para ayudarle en el
momento de necesidad. (2) Notamos también su amor por sus
discípulos, y su deseo de que ellos le correspondieran con amor y simpatía. "Habiendo
amado a los suyos, los amó hasta el fin". (Juan
13:1) Y porque los amaba, y sabía que ellos lo amaban, les
permitió que lo acompañaran al lugar de oración, para que velaran y oraran con
él. Dejando a todos menos a Pedro, Santiago y Juan a la entrada del huerto,
como una especie de guardia exterior contra la repentina intrusión de su
traidor en su última hora de oración, avanzó con los tres -los tres en cuyas
ardientes naturalezas parecía encontrar la simpatía más activa y consoladora-
y, con una ferviente exhortación a que velaran y oraran, los dejó y se alejó un
tiro de piedra más allá. Tres veces se levantó de la oración y regresó a ellos
con el alma angustiada para sentir el contacto de la simpatía humana, diciendo:
"Mi
alma está muy triste, hasta la muerte". Era una pena, una agonía
que, por sí misma, le habría agotado en breve; una intensa tensión mental y
nerviosa que le hizo sudar grandes gotas de sangre.
No era un signo de debilidad en el Maestro que anhelara
así la simpatía humana. No era la suya una naturaleza tosca y estoica,
insensible al dolor, a la vergüenza y a la pérdida; tampoco era una naturaleza
orgullosa y egocéntrica que se mantuviera alejada de la comunión humana, aunque
aquellos con quienes se relacionaba estuvieran tan por debajo de su gloriosa
perfección. Con gracia condescendía con los hombres de baja condición, y los
consideraba hermanos amados, de quienes no se avergonzaba. La suya era una
naturaleza refinada, que apreciaba con agudeza todo lo que es bello, puro y
bueno, y era sensible al dolor de todo lo que se opone a ello. La degradación y
la aflicción humanas debieron pesarle continuamente durante toda su vida
terrenal. Pero en esta hora espantosa, todas las penas y cargas del mundo
entero se echaron sobre sus hombros, e iba a sufrir como si él mismo fuera el
pecado: sufrir la muerte, la extinción del ser, confiando sólo en la gracia del
Padre para la resurrección. En esta hora se agolpaban, no sólo la comprensión
mental de la muerte y la agonía física y la vergüenza, la crueldad y la tortura
de una muerte horrible, sino también el sentimiento de desolación que
experimentaría cuando incluso sus amados discípulos, sobrecogidos por el miedo
y la consternación, le abandonaran; y las dolorosas reflexiones sobre la
pérdida irreparable de Judas, y sobre el curso de la nación judía, "su
propio" pueblo, que lo despreciaba y estaba a punto de hacer caer
sobre sus propias cabezas la venganza de su sangre, diciendo: "Su
sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Preveía las
terribles calamidades que, en consecuencia, pronto les sobrevendrían. Luego, la
degradación de todo un mundo culpable, que debía seguir gimiendo y sufriendo
hasta que, mediante su sacrificio, les librase del pecado y de la muerte, le
hizo sentir el peso de la responsabilidad hasta un punto que sólo podemos
aproximar, pero que no podemos comprender plenamente. Y además de todo esto
estaba su conocimiento del hecho de que cada jota y tilde de la ley con
referencia al sacrificio debía cumplirse perfectamente de acuerdo con el modelo
en el sacrificio típico del día de la expiación.* Si fracasara en cualquier parte de
la obra, todo estaría perdido, tanto para sí mismo como para los hombres. Y sin
embargo, aunque era un hombre perfecto, se dio cuenta de que la carne, por
perfecta que fuera, no estaba a la altura de la tarea.
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*Ver SOMBRAS DEL
TABERNÁCULO, página 39. (Disponible en español)
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¡Cuánto dependía de la fortaleza de nuestro Señor en
aquella hora espantosa, solo e indefenso en la oscuridad de una noche
abrumadora, esperando la llegada segura de su traidor y la voluntad de sus
perseguidores enloquecidos de odio y llenos de la energía de Satanás! ¡Oh, cómo
parecían temblar en la balanza los destinos del mundo y el suyo propio! Ni
siquiera la perfecta naturaleza humana estaba a la altura de semejante emergencia
sin la ayuda divina, por lo que ofreció oraciones y súplicas con fuertes
clamores y lágrimas a aquel que podía salvarle de la muerte, mediante una
resurrección. El consuelo necesario le fue proporcionado por medio del profeta Isaías
(42:1,6), por quien Jehová dijo: "He
aquí mi siervo a quien sostengo, mi escogido, en quien se deleitó mi alma:
...Yo, el Señor, te he llamado en justicia, y sostendré tu mano, y te guardaré
[de caer o fracasar], y te daré por pacto del pueblo, por luz de los
gentiles....No desfallecerá ni se desanimará."
Cuando la terrible prueba de Getsemaní puso a prueba
sus fuerzas de resistencia casi hasta el límite de su tensión, su única oración
fue: "Si
es posible, pase de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya". Entonces, aunque la copa no podía pasar de él, un ángel
vino y le sirvió. No sabemos cómo, pero probablemente refrescando su mente con
las preciosas promesas y los cuadros proféticos de la gloria venidera, que
ninguno de sus discípulos había comprendido suficientemente para consolarlo así
en esta hora en que la penumbra de densas tinieblas se asentaba sobre su alma,
ahuyentando la esperanza y trayendo una pena excesivamente grande, "hasta
la muerte". Ah, era la mano de Jehová la que lo sostenía, bendito
sea su santo nombre, según su promesa, para que no desfalleciera ni se
desanimara.
El resultado de aquel bendito ministerio fue un valor
reforzado que suscita la más profunda admiración. No era una valentía nacida de
la indiferencia estoica al dolor, la vergüenza y la pérdida, sino una valentía
nacida de esa fe que está anclada firmemente dentro del velo de las promesas y
el poder divinos. Con su mirada de fe puesta en la gloriosa victoria de la
verdad y la justicia, cuando viera los dolores de su alma y quedara satisfecho (Isaías 53:11)-satisfecho
con el gozo eterno y la bienaventuranza de un mundo redimido, con la bienvenida
y la riqueza de la bendición del Padre, y el amor y la gratitud de toda
criatura leal en el cielo y en la tierra-sí, reconfortado y alentado así con un
sentido consciente de las recompensas de la fe y de la fiel resistencia hasta
el fin, podía ahora con calma e incluso con valentía, salir al encuentro del
enemigo. Sí, ésta fue la victoria por la que venció, incluso su fe, y así debemos
vencer también nosotros.
Comenzó ahora la realización de los terribles
presentimientos de Getsemaní. Obsérvese su serena y digna fortaleza al
dirigirse a Judas y a los soldados romanos, y el efecto que produjo en ellos.
Estaban tan sobrecogidos por la grandeza y la nobleza de este hombre
maravilloso, que no habrían podido prenderlo si él no se hubiera puesto
voluntariamente en sus manos. Fijaos también en su amable consideración hacia
los desconcertados y cansados discípulos, y en su cariñosa excusa para con
ellos: "El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil", y en su petición a los soldados romanos en el momento de
su arresto de que se les permitiera seguir su camino (Juan
18:8), para que así pudieran librarse de participar en sus
persecuciones. Así, a lo largo de todas las pruebas y burlas, y finalmente de
la crucifixión, su valor y solicitud por el bienestar de los demás nunca
decayeron.
Al ver así a nuestro Señor en una prueba tan crucial,
y observar cómo la mano de Jehová lo sostuvo, fortalezcamos la fe de todos los
que se esfuerzan por seguir sus pasos, a quienes dice: "Tened ánimo, yo he vencido
al mundo; y esta es la victoria que vence, vuestra fe" (Juan 16:33; 1 Juan 5:4). (Juan 16:33; 1 Juan 5:4) ¿Acaso
el Señor, Jehová, no ha comisionado también a sus ángeles para que sostengan
los "pies"
del cuerpo de Cristo, no sea que en algún momento sean estrellados contra una
piedra (no sea que alguna prueba abrumadora sea demasiado para ellos)? (Salmos 91:11,12)
Sí, tan ciertamente como Su mano sostuvo la Cabeza, nuestro Señor Jesús, tan
ciertamente sostendrá los pies. "No temáis, manada pequeña: a vuestro
Padre le ha placido daros el Reino", aunque a través de muchas
tribulaciones entraréis en él. Todos los ángeles son espíritus ministradores
enviados para servir a los herederos de la salvación. Aunque su ministerio no
es visto por nosotros, no por eso es irreal, sino potente para el bien. También
nuestros compañeros en el cuerpo de Cristo son mensajeros activos del Señor los
unos para los otros, compartiendo así el privilegio de sostener los pies.
Pero para
tener esta ayuda en tiempo de necesidad debemos invocarla. Cada día y cada hora
son, en efecto, tiempo de necesidad; de ahí nuestra necesidad de vivir en una
atmósfera de oración, de orar sin cesar. Y si el Señor necesitó retirarse a
menudo de las ajetreadas escenas de su vida activa para estar a solas con Dios,
a fin de mantener establecido el estrecho vínculo de la simpatía amorosa, sin
duda nosotros necesitamos hacer lo mismo; y al hacerlo así encontraremos
siempre gracia para ayudar en tiempo de necesidad. En tiempos de dura prueba,
las tinieblas pueden, en efecto, agravarse tanto en el alma, como en el caso de
nuestro querido Señor, que casi apaguen las estrellas de la esperanza; pero si,
como el Señor, nos aferramos al brazo omnipotente de Jehová y decimos
mansamente: "Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya", su
gracia será siempre suficiente; y con el salmista podemos decir: "Aunque
mi carne y mi corazón desfallezcan, Dios es la fuerza de mi corazón y mi
porción para siempre" (Salmos
73:26); y, con el Señor, nuestros corazones responderán:
"La copa que mi Padre me ha dado, ¿no la beberé?". R1801
Fecha de la Cena Conmemorativa de 2023
La hora apropiada para la celebración anual de la Cena Conmemorativa o Memorial será después de la puesta del sol del martes 4 de abril de 2023.
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